sábado, 12 de junio de 2010

Aprender a construir construyendo

Me había propuesto no subir al blog más trabajos de la facultad pero creo que éste merece la pena. No es porque me guste especialmente como está escrito, que también, pero sobre todo quiero que puedas conocer el trabajo de Arquitectura y compromiso social, un precioso ejemplo de cómo la Universidad y todas las grandes instituciones si quieren, y tienen a buena gente dentro, pueden cambiar la realidad. Lo subo con el permiso (aunque no les haya preguntado) de Marina, Laura y Carlos, mis compañeros con los que lo he trabajado y escrito.



A quince kilómetros al oeste de Tánger, en el admirable paisaje Achekkar, desde donde se domina el inmenso Océano Atlántico, se encuentra uno de los emplazamientos más fabulosos del continente africano. Allí, junto al Cabo Espartel, se ubica una inmensa cueva de roca calcárea en la que cada vez que sube la marea, las olas refrescan los cimientos de nuestra Historia. Cuenta la leyenda que en ese rincón, conocido como la Gruta de Hércules, el semidiós con sus propios brazos construyó la gruta sin caer en la cuenta de que no sólo creaba un espacio para descansar antes de cumplir una de sus doce tareas. A la vez, separaba como a dos siamesas unidas desde niñas África de Europa. Sólo catorce kilómetros de Estrecho, muy pocos a la vista pero demasiados para la cultura. De un tiempo a esta parte un grupo de personas vienen haciendo un esfuerzo hercúleo para intentar unir lo que hace unos 7000 años fue separado.

Salieron de España con media hora de retraso pero aún así llegaron a tiempo. A bordo de un ferry se embarcaron en una experiencia que recordarían toda la vida. Jugaban a imaginar lo que se iban a encontrar. El grupo de personas que formaban el colectivo “Arquitectura y compromiso social” habían dormido poco a causa de los nervios, pero soñaban despiertos, emocionados con el proyecto que se les presentaba las próximas semanas. Ellos eran la nueva promoción encargada de la reconstrucción de Jnane Aztout, uno de los barrios chabolistas de Larache.

La brisa del mar pegaba en sus caras, en la cubierta gente de todas las nacionalidades se agolpaba para atisbar en el horizonte el relieve del continente africano. Las olas rompían con fuerza. El balanceo provocaba el malestar de alguno de los pasajeros, algo sin importancia, sólo sería media hora de viaje. El entusiasmo se apoderaba de los viajantes al ver la silueta del continente y el inicio del trabajo cada vez más cerca. La concepción del proyecto era la idéntica a los pasados años y tenía los dos mismos objetivos: evitar el desalojo de los vecinos, mejorando su situación, y enseñar, como los demás programas de la Universidad. De nada serviría haber traído a cien jóvenes desde España para que no sacaran nada en claro de esa experiencia.

Nervios de principiantes, calor sofocante, inmensas ganas de actuar, pero ¿qué sabían ellos de arquitectura con apenas un año de carrera? Los estudiantes podían estar tranquilos, al mando del proyecto estaba Esteban de Manuel. Este profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Sevilla, llevaba desde 1993 vinculado al trabajo de “Arquitectura y compromiso social”, centrado en la mejora de algunos barrios de Sevilla y el extranjero.

- “Después del seminario del año anterior, en la primavera de 1994, el colectivo organizó un viaje a Larache junto a un grupo de estudiantes para trabajar en un centro cultural. Esto nos aportó el suficiente conocimiento de la ciudad y nos sirvió para que Francisco Torres se acordara de nosotros ante las deficiencias de su proyecto. Torres estaba empleado por la Junta de Andalucía para llevar a cabo la reconstrucción del patrimonio artístico de Larache, su medina y la ciudad histórica española. Un trabajo que mejoraba la apariencia de la ciudad pero que olvidaba la situación real de algunos de sus vecinos. Este hecho provocó una llamada telefónica que unió nuestros destinos”, comentaba Esteban a sus alumnos para hacerles ver la trayectoria recorrida hasta llegar al punto donde se encontraban.

Revolución en la cubierta al llegar al puerto. Los pasajeros se agolpaban en la escalera como ovejas de un rebaño deseando tocar tierra para empezar el trabajo. Olores nuevos, colores inéditos, gente desconocida y toda una cultura que aprender. Esa fue su llegada a Tánger, todavía quedaba mucho camino por delante hasta Larache.

Tras esquivar a los primeros vendedores ambulantes, los integrantes de “Arquitectura y compromiso” se acercaron a lo que parecía un muestrario de viejos Renaults que hacía la función de parada de taxis. Allí, el director del proyecto, Esteban ponía todo su esfuerzo para convencer en un francés de principiante al conductor, regateando para que los acercara a la localidad marinera por la menor cantidad de dírhams posibles. Ahí comenzaba su aventura.

A bordo de un coche, en un país donde colocarse el cinturón de seguridad denota desconfianza hacia el taxista, recorrieron unos caminos sin apenas asfalto a los que llaman carreteras, atravesando poblados que parecían sacados de la propia Biblia. Un atardecer de ensueño completaba un paisaje insólito, muy diferente del sitio de donde venían. Un rebaño de cabras en medio de la carretera interrumpió su camino. Mientras el conductor pitaba y maldecía en su idioma con todo lo que se le venía a la cabeza, o al menos eso parecía, un alumno levantó la vista y pudo observar como una ciudad se iba formando en el horizonte. Estaban cerca, sólo necesitaron atravesar la última colina para llegar a Larache, donde las chabolas ocupaban casi el mismo espacio que el casco histórico que rodeaban.

- “Es increíble que haya más gente viviendo en casas sin licencias que dentro de la legalidad. No me imagino cómo sería su vida en el campo para tener que emigrar a la ciudad y vivir en estas condiciones.” Le comentaba asombrado uno de los alumnos con los que Esteban de Manuel compartía taxi mientras que el coche se paraba a las puertas de la medina. Algunos de los estudiantes mostraban su inseguridad por adentrarse en un territorio que desconocían, sin saber que al poco tiempo lo sentirían como su casa.

Jnane Aztout es un barrio cercano a la medina, formado por 89 familias que residían en unas construcciones semiconsolidadas. No era un simple grupo de chabolas formadas recientemente, eran vecinos que compartían una misma identidad que haría más fácil el acompañamiento social que pretendía “Arquitectura y compromiso”. Este sentimiento de vecindad corría peligro si se actuaba de la forma que pretendía el gobierno marroquí. En sus plantes estaba hacer tabula rasa, derribar todo lo construido y poner en pie nuevas parcelas que posteriormente sería sorteadas, mezclando vecinos de la parte superior con los de la inferior. Los componentes de “Arquitectura y compromiso” no estaban de acuerdo con esta medida ya que según dijo un alumno, “este trabajo arquitectónico es a nivel técnico y social, no sólo se trata de construir calles y casas, hay que tener en cuenta que la ciudad está compuesta por unas personas que forman un tejido social que hace uso de estas calles y estos espacios y esto debemos respetarlo”. El gobierno aceptó la propuesta. Parecía mentira que las relaciones con las instituciones fueran ahora tan fáciles después de las dificultades que habían tenido el año anterior.

Cuando el primer grupo de “Arquitectura y compromiso” se desplazó a Larache en 2004, un año antes de esta gran expedición, no se esperaban que dentro de esa pequeña ciudad de pescadores se encontrara una de las pesadillas que pusieron en peligro el proyecto. Una persona que movida por sus propios intereses estuvo a punto de acabar con el sueño de regalar a los vecinos una vida mejor. Un Hércules moderno que con sus acciones pretendía separar lo que Esteban de Manuel y su grupo estaban uniendo. Esa persona era el alcalde, Abdel Hississen, propietario de la mitad de las tierras de Larache, entre ellas Jnane Aztout, y que llevaba gobernando toda una vida movido por los intereses inmobiliarios. Si el proyecto salía bien, parte de su negocio se vendría abajo ya que los vecinos serían propietarios de unas tierras que hasta ese momento sólo se habían utilizado para especular.

- “Por esa razón, antes de que nosotros llegáramos, el alcalde envió las máquinas para derrumbar las casas del barrio y que los vecinos asustados se fueran. La suerte fue que los bulldozers entraron por la parte trasera del barrio derribando por error la mezquita. No os podéis imaginar la cantidad de cristales rotos, vigas de hierro dobladas como si fueran plástico y las inmensas montañas de piedras en las que se había convertido la mezquita del barrio de manos de su propio alcalde. Tal era la indignación de los vecinos que fueron a reclamar ante el gobernador, que rápidamente frenó la destrucción de semejante tesoro”, recordó Esteban de Manuel mientras paseaba con sus alumnos mostrando los progresos conseguidos desde entonces. “El alcalde intentaba corromper una acción que, aunque pequeña, ya era imparable”, sentenció.

Mientras daban este paseo, ya en 2005, la oposición del alcalde no suponía ningún problema. El gobernador se encargó de convencerlo y los alumnos, acompañados de los vecinos, pudieron concentrarse en el estudio del barrio. Tras escuchar las opiniones de los residentes, profesores y aprendices elaboraron un diagnóstico en el que se analizaron veinte casas. Se dibujaron pequeños croquis, se realizó un censo de población, un estudio del plano del barrio, todo ello con el objetivo de hacer realidad un proyecto enfocado “casa a casa, caso a caso”. Fueron las primeras tentativas para devolver la esperanza a aquellas personas.

La ayuda de los habitantes del barrio era vital para cumplir ese sueño mutuo. “Ellos sabían cómo se repartían los espacios y nosotros cómo hacerlos. Donde nosotros sólo veíamos escombros, los vecinos veían calles, donde veíamos agua estancada ellos veían fuentes y eran capaces de ver bonitas plazas donde nosotros solo veíamos solares”, explicaba Esteban al ejército de estudiantes en ese primer paseo, deseoso de que comprendieran la importancia de trabajar codo a codo con los vecinos. Entre las principales preocupaciones de los dirigentes del proyecto no sólo estaba la de perpetuar la identidad de aquel barrio o que los alumnos consideraran el valor que tenía, sino que al mismo tiempo buscaban acabar con los tópicos y los prejuicios que nuestra sociedad tenía de lugares y países como aquel.

- “Hay una gran contradicción cuando tú llegas al barrio por primera vez, vez lo mal que viven y dices ¨joder que mal está esta gente¨ y cuando te vas. Después de estar tanto tiempo en el barrio ya no lo ves feo, no lo ves pobre, sólo diferente. Ahí me planteé un problema filosófico: la importancia que tiene la primera impresión en el juicio de las cosas. Cuando pasé más tiempo allí me fui dando cuenta de la verdadera importancia de las cosas”, explicó uno de los alumnos del proyecto en el documental realizado posteriormente para televisión. Conforme iban avanzando los días, los alumnos iban comprobando como la gran riqueza que poseía Larache no era material, como todos los seres humanos desean, sino una riqueza mucho más valiosa. Un carácter, una personalidad, una forma de ser que definía a aquel barrio pesquero.

Pero no todo en Jnane Aztout fue vino y rosas. Esteban de Manuel recordará por siempre como se dio de bruces con la cruda realidad cuando la esperada financiación del proyecto no se concretaba nunca. Los problemas que surgieron al no poder encontrar el dinero con el que llevar a cabo todas sus intervenciones trajeron desilusiones, conflictos dentro del grupo, división de opiniones, pérdida de confianza entre de los vecinos… El proyecto en el que Esteban se había volcado en cuerpo y alma se estaba yendo a pique por momentos, lo que lo sumió en una depresión. Finalmente entre el esfuerzo y la ilusión, gastando todos los lápices, escuadras y cartabones tras tantos borrones y cuentas nuevas, se logró dibujar el triángulo de la participación entre vecinos, Universidad y políticos.

La colaboración con los residentes no se quedó sólo en el diseño de calles. “Hemos hecho un trabajo social y de animación sociocultural, por ejemplo, un taller en el que los niños tenían que poner nombre a las calles, y otro de fotografía en el que los vecinos tenían que representar el espíritu del barrio”. Ya había surgido esa chispa, ese entendimiento entre dos culturas muy distintas que se unían por una lucha común. Pescadores, agricultores, pequeños comerciantes, chatarreros, jóvenes y los que no lo eran tanto, todos tenían un papel esencial en la reconstrucción de su nueva vida. Todos eran necesarios, como en una almadraba en la pesca del atún. Por ello siempre que había dificultades, que fueron muchas, los dirigentes del proyecto decían “o hacemos la almadraba o se nos escapan los atunes, o hacemos casa para todos o no vamos a conseguir nada”. Un proceso lento pero que permitió ir mejorando las infraestructuras básicas del barrio. Lo que antes eran senderos pedregosos ahora eran calles pavimentadas, las paredes de adobe, muros consistentes, los techos inestables y calados eran ahora el mejor refugio de las familias. La luz les dio la fuerza del sol durante las noches que ya no fueron tan oscuras y el alcantarillado mejoró su día a día con higiene y salud. El barrio era ya un asentamiento legal y nadie podría expulsar a los vecinos de sus casas. Objetivo cumplido.

Los vecinos respondieron la buena voluntad de los españoles con cariño. Eran hospitalarios y les ofrecían lo poco que tenía, su casa y su comida. Los vínculos que se formaban dentro del barrio eran cada vez más fuertes y después de la vuelta a Sevilla incluso siguieron en contacto a través de Internet. Algunas amistades se convirtieron en noviazgos que hoy siguen adelante, demostrando que la relación entre Universidad y sociedad en casos como este no es un servicio que se ofrece de una empresa a un cliente, sino la ayuda de un amigo a otro, casi como si se tratara de una familia. El sabor a atún recién pescado, el olor a salitre de su brisa, todas las nuevas palabras aprendidas; todo esto completó un aprendizaje que iba más allá de lo arquitectónico. Los jóvenes que formaron parte de esta aventura, además de aprender a medir y construir, se convirtieron en embajadores culturales de una tierra que antes era desconocida. Objetivo cumplido.

Y así fue como los días fueron pasando y lo que comenzó siendo un paseo por una realidad ajena se convirtió en un proyecto que pudo evaluarse en objetivos conseguidos; aunque para los protagonistas implicados en esta historia llegó un momento en el que, incluso eso, pasó a un segundo plano.

- “Para mí es una experiencia que demuestra que la Universidad puede relacionarse con la sociedad, ayudando a transformar situaciones que son difíciles, con el plus que tiene la Universidad por el reconocimiento institucional, que sirve para desatascar situaciones, para conseguir voluntades políticas; y al mismo tiempo ha sido un motivo de aprendizaje extraordinario. Los estudiantes no hacen una práctica más de la carrera, sino un trabajo real” explicaba Esteban de Manuel con orgullo en el acto de clausura del proyecto.

Un día que no olvidarán por el cariño que recibieron por parte de los vecinos del pueblo que decoraron cada una de sus plazas con guirnaldas de colores verde y azul, y llenaron las calles con banderas de Larache. Vistieron de uniforme a sus mejores estudiantes y colocados estratégicamente en la puerta de la escuela interpretaron el himno de la localidad en honor a sus amigos españoles; incluso las mujeres más ancianas del lugar les regalaban pastas artesanales y bolsas de té mientras los alumnos pasaban por las puertas de sus casas, al tiempo que los maridos ordenaban a sus hijos llevarles el equipaje hacia los taxis. Aunque los mayores regalos que se llevaban no eran materiales.

- “Antes del seminario , nuestro barrio estaba dejado de la mano de nuestro Dios, ahora ya no. Nosotros ya tenemos identidad” decía un niño, de unos doce años, emocionado mientras se abrazaba a la cintura de Esteban que, con la piel de gallina, no pudo evitar regalarle lo poco que le quedaba: una antigua bandera de Andalucía.

- “¿Quién es el hombre de los leones?, dijo el niño

- “Este es Hércules y tiene la culpa de que todos estemos aquí. Aunque tú no seas capaz de domar leones o sostener altas columnas intenta no olvidar lo que dice su letrero: ¨Non Plus Ultra¨, que significa todos somos iguales, aquí y allá”, y con esta mentira piadosa se despidió Esteban ante la alegría del niño que se colocó la bandera a modo de capa mientras corría buscando a sus amigos para enseñarles su tesoro.

Y atrás quedó Larache y Jnane Aztout. Y esta vez, en el camino no hubo nervios, ni miedo, ni importaban los próximos mareos en la travesía. Volvían a casa con la conciencia tranquila y el agradable sabor de boca que deja la sensación del deber cumplido. Ese deber que llevó a Esteban de Manuel junto a un centenar de alumnos a eliminar las diferencias existentes entre dos culturas hermanas, y al mismo tiempo a demostrar que incluso los semidioses se equivocan. Esa fue la última idea anotada por Esteban en su agenda justo antes de zarpar, “Quizás algún día el Estrecho sea tan sólo un simple mar”.

5 comentarios:

Carlos Martín dijo...

Un trabajo con un esfuerzo herculino o hercúleo, como prefieras, pero ha merecido la pena.

Un autentico placer contar historias a su lado ; )

MariaJU dijo...

Supongo q hay mucha gente involucrada en empresas y proyectos de compromisos sociales, pero parece ser q esto no es muy noticiable en la mayoría de los medios.

Me alegra que hayas dedicado tu trabajo a divulgar el trabajo de esta expedición de arquitecto y futuros arquitectos. Ha sido emotivo leerlo, no sólo por la temática en sí, sino por la delicada manera en q sueles tratar aquello sobre lo q escribes.

Ahora, con tu permiso, voy a enlazarlo por algún sitio para q se sepa el gran trabajo que unos paisanos han dejado al otro lado del estrecho y lo bien q escribes.

un abrazo

P.D. Por cierto, me gusta el cambio de estética en tu blog >;0]

MariaJU dijo...

Disculpa mi falta de delicadeza. Mi felicitación no sólo para ti, sino tb para el resto de tus compañeros.

Anónimo dijo...

María eso te iba a decir que el trabajo era también con mis compis Laura, Marina y Carlos que ha aparecido por aqui arriba, pero como estas en to te das cuenta antes de mandar el primer comentario jeje. Pues la verdad que el trabajo de esta gente es digno de admirar y una pena que en los medios de comunicación sólo haya sitio para presentar esos países como cuna de terroristas y de atraso y dejen fuera historias como ésta. Espero que el curso que viene pueda escribir más sobre Universidad y compromiso social porque voy a intentar entrar en la asignatura de libre configuración para involucrarme en el proyecto. Ramón Lobo, un gran corresponsal de guerra que vino hace poco a la facultad, nos dijo que si queríamos cambiar el mundo nos olvidaramos del periodismo, que los periodistas están para contar lo que pasa y que el mundo lo cambian los políticos, activistas, etc. Creo que no hay mejor forma de cambiar el mundo que con cosas como estas, enseñando y aprendiendo.

Un saludito y muchas gracias a mi gente por escribir esto. Carlos a ver el año que viene como nos apañamos para escribir reportajes Cancún-Montalbán

MariaJU dijo...

No pude leer, porque se da la circunstancia de que Carlos y yo escribíamos a la vez, cada uno por su lado. Disculpa Juan Antº. Pero, además, es q la vejez eh mu mala, jejeej.

besote

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