lunes, 22 de marzo de 2010

El día que Obama venció a la sanidad privada

El Congreso de Estados Unidos ha aprobado por mayoría simple la reforma sanitaria propuesta por Obama y que dotará de un seguro público a toda la sociedad estadounidense. Parece que los congresistas se han dado cuenta de que en un país con una extensa tradición de liberal, la salud de millones de personas no es una mercancía más con la que las grandes aseguradoras pueden llenar sus frondosas arcas. El mismo Obama expresaba este sentir: “estamos orgullosos de nuestro individualismo y de nuestra libertad, pero también sentimos como una comunidad que está dispuesta a ayudar a los más vulnerables, a los necesitados, a los que no han tenido suerte, para hacerles un hueco entre la clase media".
Estos que no han podido hacerse un hueco y que no tenían contratado ningún seguro, son nada más y nada menos que 30 millones de personas. Personas que hasta la fecha, podían morir en la puerta de un hospital sin que nadie se inmutara, todo gracias a la presión de las aseguradoras privadas que impidieron que se aprobaron otras propuestas como las de Bill Clinton, anteponiendo vilmente los fines económicos sobre la propia humanidad. Las aseguradoras han intentado restringir la libertad de los ciudadanos, algo intolerable pero normal en las actuales democracias. La ley no obliga a adherirse al seguro público, sólo da la oportunidad de ejercer el derecho a este servicio, mientras que los seguros privados y sus pólizas, siguen vigentes para quien quiera contratarlas. Si como dicen en su campaña contra la ley "nosotros podemos hacerlo mucho mejor que un sistema sanitario dependiente del Gobierno", lo correcto sería que existiera ese sistema público para garantizar un servicio mínimo y que la gente que no esté contenta con él, contrate una póliza privada.
Obama ha demostrado con la aprobación de la ley que es un líder capaz de lidiar con los diferentes grupos que existen dentro de los demócratas, con el partido republicano y sobre todo que tiene valor para anteponer a sus ciudadanos ante las grandes empresas.

sábado, 20 de marzo de 2010

Blas Infante, el hombre tras el mito

El papel fundamental de su mujer, su conversión al Islam o la oposición a su ideología son partes de su vida que no han trascendido a la historia

Blas Infante en su viaje a Marruecos.


Las naciones no existen en la naturaleza, sólo son construcciones que crea el hombre buscando unir a un pueblo en torno a un sentimiento común. El encargado de realizar esta acción con el nacionalismo andaluz fue Blas Infante, considerado en el preámbulo del Estatuto de Autonomía de Andalucía de 1980 como el “Padre de la Patria Andaluza”.

Para construir una nación también es necesario construir a sus héroes y fundadores, lo que conlleva que la historia de su vida se centre en determinados aspectos de su y se aleje de otros, para transmitir un mensaje único de unidad.

Todo el mundo sabe o habrá escuchada alguna vez durante su enseñanza la historia de Blas Infante. Blas nació en Casares, un pueblo de Málaga en 1885, en el seno de una familia acomodada. De padre notario, su futuro profesional se encaminó por la misma vía. Estudió en el colegio de los Escolapios hasta que tuvo que dejar su formación por la crisis económica que se derivó del desastre del 98. El último curso de bachiller lo hizo por libre, igual que la carrera de Derecho. Esto demuestra la fuerza de voluntad de Blas Infante y la importancia que dio a la educación, igual que muchos de los integrantes de su círculo de amistades políticas como Eloy Vaquero.

Tras ser licenciado, las oposiciones para notario fueron su siguiente objetivo. Al conseguir su ansiado trabajo, viajó por toda Andalucía, de destino en destino, lo que le llevó a conocer muchos de los rincones y de las gentes de la que sería la Comunidad Andaluza.

Desde pequeño, en Casares, fue testigo de las penurias y hambrunas que sufrían los trabajadores del campo de su comarca. Él mismo dijo: “yo tengo clavada en la conciencia desde la infancia la visión sombría del jornalero, yo lo he visto pasear su hambre por las calles del pueblo”. Su preocupación por la clase obrera lo llevó a iniciarse en el georgismo, una ideología que defiende que cada persona es dueña de lo que produce, pero los recursos naturales son de todos los hombres. De este modo, pretendía gravar con un impuesto único los ingresos por las rentas del campo. “La tierra mas fértil de España está cerrada al trabajo. Los toros engordan en las tierras que se niegan a los hombres, forzados a emigrar”, dijo en uno de sus escritos sobre el tema.

La visión de la Andalucía agrícola cambió durante su estancia en Isla Cristina. Esta localidad onubense basaba su economía en la industria pesquera y conservera, en lugar de en el campo, lo que le supuso abrir sus horizontes y perspectivas. Infante comprendió que Andalucía abarcaba todos los sectores económicos y muchos trabajos, por lo que la miseria que sufría no era fruto de ser una tierra estéril con unos trabajadores ineptos, sino que ésta procedía del reparto de capitales y la subordinación a Madrid. Aquí nació su idea de una Andalucía independiente y libre, libre sobre todo de los mandatos económicos de España.

Detrás de esta historia que es fácil de conocer, Blas Infante, como cualquier otro hombre, tiene muchas más cosas por descubrir. Una de ellas es su mujer, Angustias García Parias, que jugó un papel fundamental en la vida del político. Infante antes que notario o escritor, pretendía ser padre de familia, cuidar de sus cuatro hijos para que se sintieran arropados. Esto no sería posible sin el trabajo de su esposa, que logró darle la estabilidad necesaria para conjugar su vida privada con la pública de político. Además de actuar como apoyo, Angustias también ayudó a Infante en la creación y conservación de los principales símbolos de Andalucía. Bordó la bandera que propuso su marido con las telas que él mismo trajo de su viaje a Marruecos y guardó con celo durante los años del franquismo todos los documentos y manuscritos que escribió Blas Infante, además de la bandera, el escudo y las partituras del himno que posteriormente el Parlamento de Andalucía haría oficiales en 1981 en su Estatuto de autonomía.

Otro de los aspectos menos conocidos del Padre de la Patria Andaluza son sus creencias religiosas. Blas Infante se convirtió al Islam en 1924, cambiando su nombre a Ahmad Infante. La conversión la realizó durante un viaje a Agmat, ciudad marroquí donde está la tumba del rey árabe de Sevilla Almutamid. La influencia musulmana está presente en muchos de los pasajes de sus obras, su ideología y en la misma casa que construyó en Coria, con un estilo marcadamente morisco y a la que llamó Dar al-Farah, alegría en árabe. La idea de que Andalucía era una entidad independiente, con unas características diferentes a las de España, la basó en gran medida en la tesis de que la región tenía una historia musulmana única en todo el conjunto nacional. De esta forma, Blas Infante sostenía que aunque Andalucía siempre sería española, “nunca ha sido, es, ni será parte de Europa”.

Ahmad Infante llegó a pedir en su libro El complot de Tablada la restitución de la mezquita de Córdoba al culto musulmán, aunque no anunció claramente su Islam por como decía en el mismo libro: “restaurar Al-Andalus, en Andalucía, actualizando sus inspiraciones esenciales habría venido a determinan que se llegaran a reir de nosotros y por lo menos nos tuviesen por locos que pretendíamos volver a vestir de moros y resucitar en nuestro país el Islam”. Aún así, la confesión religiosa de Infante no estuvo siempre escondida y según dijo: “poco a poco, por nuestros instrumentos de propaganda, periódicos y conferencias, íbamos manifestando nuestra fe verdaderamente; y la comprendían aquellos que podían comprenderla”.

Blas Infante, a pesar de estar reconocido como el padre de Andalucía, tiene también dentro de la comunidad a personas e instituciones, como la Plataforma por Andalucía Oriental que están en contra de su figura y sobre todo, su ideología. Rechazan la unidad política de Andalucía y piden que las provincias de Jaén, Granada y Almería formen una comunidad autónoma independiente. Algunas de las personas de esta ideología defienden que en la Asamblea de Córdoba de 1933, donde se aprobó el Anteproyecto de Bases para el Estatuto de Autonomía de Andalucía, Blas Infante marginó y no dejó expresarse en libertad a los representantes de estas provincias.

Con todas sus caras, Blas Infante se descubre como una figura clave en la configuración de la actual Andalucía y que necesita un estudio hondo e imparcial para llegar a conocer toda su historia.

martes, 16 de marzo de 2010

Sonrisas por diez euros al día





Los vendedores de pañuelos de los semáforos se han convertido en un elemento más del día a día de las grandes ciudades españolas

Cada mañana, muchos de los habitantes de las grandes ciudades españolas se despiertan, desayunan, arrancan el coche y se encuentran con su “amigo”, el africano que vende pañuelos en el semáforo más cercano a su casa.
El fenómeno de la venta de artículos, en especial de pañuelos, en los semáforos ha sustituido en los últimos años a otras actividades como la limpieza de las lunas de los coches, realizadas generalmente por personas de otras etnias o razas y que ya es raro contemplar. Desde la época de las cubetas con detergente, cepillos y papel secante hasta hoy, la venta de pañuelos se ha extendido por las ciudades de tal manera que hay personas que aseguran de forma burlona que ya una ciudad no se determina si es tal por el número de ciudadanos que habitan en ella, sino por si hay “amigos” o no.

La mayoría de estos vendedores son inmigrantes que proceden de Nigeria. “A los nigerianos nos gusta más vender pañuelos en vez de hacer otras cosas que hacen otros africanos, por ejemplo, los senegaleses venden cinturones y discos falsos, pero a nosotros nos gusta más esto”, dice Eddy, uno de los “amigos” que acostumbran a estar en el semáforo del puente de la Barqueta.

Muchos de los conductores se quejan de que les molesta la insistencia de algunos de los vendedores, sobre todo cuando golpean en el cristal para llamar la atención de los posibles compradores. “Yo prefiero decirle a la gente ‘hola amigo’, antes que darle golpes en el cristal, porque eso les molesta mucho, se ve en sus caras” dice Francisco, el compañero con el que Eddy comparte semáforo. El ya característico “hola amigo” de Francisco y de la mayoría de sus compañeros, ha servido para que la gente comience a conocerlos con ese nombre. A pesar de las quejas de los conductores por los golpes en el cristal, los dos vendedores aseguran que desde que comenzaron con el trabajo no han tenido ningún problema de racismo o de otro tipo con nadie, ni siquiera con la policía, en parte por el trato que dan a todo el mundo.

La jornada de los vendedores de pañuelos es una jornada maratoniana. Comienzan a trabajar a las seis de la mañana y terminan a las seis de la tarde. Durante estas doce horas estan expuestos a intensas lluvias como las de este invierno o a un sol abrasador como el que frecuenta Sevilla. Además deben de estar siempre alerta para evitar accidentes cuando el semáforo cambia a verde y ellos están todavía entre el tráfico, y todo ello por una pequeña cantidad de dinero. “Al día podemos ganar siete, ocho euros... si consigo más de diez tengo que dar gracias a Dios”, comenta Francisco.
Como al resto de las profesiones, a los vendedores de pañuelos también les ha afectado la crisis. Compran los pañuelos por cuarenta céntimos, normalmente en tiendas regentadas por africanos, y los venden a los conductores por un euro. “Antes de que llegara la crisis podíamos conseguir cerca de treinta o cuarenta euros al día. Compraban pañuelos mucha más gente y además del euro, nos daban como regalo cincuenta céntimos o incluso uno o dos euros más, afirma Eddy.

Aunque sus ingresos se hayan reducido en más de la mitad, Francisco y Eddy aseguran que no recurren a otro tipo de trabajo complementario para pagar su piso y su comida, sólo intentan vender otros objetos más como por ejemplo ambientadores. Como todo el mundo, se han tenido que apretar el cinturón. “Con lo poco que podemos guardar después de pagar el piso y comer, compramos un poco de tabaco y salimos a las discotecas, pero cada vez está más difícil” dice Francisco.

La imagen que estamos acostumbrados a recibir de los inmigrantes a través de la televisión, una imagen de personas que están siempre tristes y explotados, sin razón de vivir, se desmorona en cuanto Francisco o Eddy cuentan como viven actualmente. Eddy, después de cinco años en España, tiene casa propia y está casado con una mujer española con la que ha tenido tres niños. Mientras enseña las típicas fotos de su familia que todo padre lleva en su cartera, el semáforo se pone en verde y Francisco vuelve a la acera. “Yo también quiero una mujer española”, dice. Intentar regular su situación en España parece la causa más evidente de este deseo, pero Francisco asegura que no es así. “Quiero formar una familia, tener una mujer y niños, me gustan mucho los niños de color ‘café con leche’, dice entre risas.

El optimismo que desprende esta pareja contrasta con otro de los vendedores que trabaja en las cercanías del Hospital Universitario de la Macarena. El trato con la gente que frecuenta su semáforo es igual que el de los otros: saludos y risas, pero su cara cambia en cuanto habla de su situación y su pasado. “La cosa está muy mala, sin papeles no podemos hacer nada”. Al emigrar a España muchos de sus sueños se quedaron en África. “En mi país era futbolista. No jugaba en un club de primera división, pero sí en el de una ciudad importante.” Jugar en España en un club federado es imposible para personas que no tengan papeles, por lo que este “amigo” tiene que conformarse con dar toques a una pelota de tenis mientras que el semáforo está en verde para los coches.

A través de los medios de comunicación hemos podido conocer las historias de algunos “amigos” por diferentes razones. El más famoso de ellos es Howard Jackson, el vendedor de Plaza de Armas que se ha caracterizado por disfrazarse cada día de un personaje diferente. También tuvo su espacio en los medios Dom Amby Okonkwo, que devolvió a su dueño una cartera que había encontrado cerca de su semáforo y que contenía 2.700 euros en efectivo y un cheque de 800.

Lo que más destaca en estas personas es la felicidad y el optimismo con el que afrontan su situación. Mientras que la gente que está en su coche, resguarda y camino a su trabajo llenan Sevilla de un estruendo de claxon y malas contestaciones, los “amigos” dan un toque de humanidad a la jungla urbana. Estando en la calle doce horas y en tan difíciles condiciones, siempre tienen una sonrisa para todos los conductores y la gente que pasa día a día por los semáforos, con la que en muchas ocasiones acaban convirtiéndose en verdaderos amigos de estos africanos.
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