jueves, 19 de marzo de 2009

Entre cornetas y milagros

Estoy sentado en el escritorio de mi habitación de Sevilla y hasta mi llegan las notas agudas de las cornetas acompañadas de los redoble de una caja. Sonidos que incluso atraviesan mi ventana cerrada, protectora de las decenas de sirenas de ambulancia que tratan de dificultar mi estudio a lo largo de la tarde. Esto parece una metáfora de lo que ocurre ahora en esta ciudad, la Semana Santa llega a la mente de todo el mundo, quiera o no y hace que se produzcan decenas de charlas y cavilaciones sobre el recurrente tema. Después de varios días de estos diálogos, no vendría mal poner un poco de orden a mis ideas y compartirlas con vosotros con el único ánimo de debatir un poco.

Una ciudad de millones de habitantes se detendrá en el tiempo, se iluminará con cera y respirará incienso, escasos días después de que en ella Javier, un niño recién nacido, haya salvado a su hermano Andrés de una grave enfermedad.

Javier estaba libre de la enfermedad congénita que sufría su hermano gracias a la selección de un embrión libre de este mal. La infructuosa búsqueda de una médula compatible, después de no encontrar ningún donante compatible entre 11 millones de estos repartidos por el mundo, llegó a su fin. La deficiente médula de Andrés podía regenerarse gracias a las células madre del cordón del pequeño. Llegó vida para dar más vida.

Intento trenzar estos dos temas en apariencia tan dispares porque me choca que este verdadero milagro se produzca en vísperas y en el mismo lugar donde se llevará a cabo, posiblemente una de las mayores puestas de largo de la Iglesia, institución que rechaza este tipo de tratamientos. La argumentación de la Iglesia es que seleccionando un embrión, eliminando el azar, se está “matando” a los otros posibles Javieres que podrían haber nacido de la fortuita unión de uno de los millones espermatozoides de su padre y el óvulo de su madre. Es cierto que mi estudio en Biología no es muy amplio, por no decir de nivel elementalísimo, pero tengo entendido que de tan amplio número de espermatozoides no todos consiguen llegar al óvulo, solo lo consigue el más fuerte, y en este caso lo ha hecho el más sano, aunque haya necesitado ayuda exterior (la ayuda al débil es un bonito acto cristiano que todos deberíamos aplaudir y hacer nuestro).

Y aunque parezca un ataque despechado hacia los sacerdotes, sinceramente solo busco respuesta a la pregunta que me ronda desde hace tiempo: ¿por qué se empeñan en defender lo natural, la concepción tradicional de los embriones, unos señores que tienen como mandato no engendrar vida?, ¿no están privando de vivir al posible embrión que surgiría de sus millones de células reproductivas?

Lo que me choca es que si bajo a la puerta de mi casa, la mayoría de vecinos me dirán que adora la Semana Santa y que están muy contentos con el “Milagro de Javier”, cuando lamentablemente, los ideales de la institución manifestante en la Semana Santa no aceptan el método que se ha llevado a cabo para permitir que Andrés siga viviendo.

Seguramente seré muy discutido por esto, pero gracias a mis estudios estoy aprendiendo a observar la esencia de las cosas, y la esencia de la Semana Santa es representar el mensaje de la Iglesia. Y esto no es una invención ni una suposición mía, la Semana Santa nació en la Contrarreforma como modo de transmitir el mensaje de la Iglesia a las personas que no podían leer la Biblia. En la actualidad, principalmente se transmiten los mensajes de angustia, dolor ante una muerte injusta, resurrección e inmortalidad de Jesús por la difusión de su mensaje de amor y paz a través de sus amigos y compañeros hasta nuestros días; pero a la vez que llega hasta nosotros este significado que yo creo verdadero, se arrastra la manipulación que de él ha hecho la Iglesia, el mensaje viciado y oportunista que no aprueba la venida al mundo de un sano Javier y la “resurrección” de Andrés.

Por eso no puedo permitirme que la Semana Santa me guste, ni aún como acto cultural, porque cuando miro a un cristo no puedo quitarme la imagen de un cardenal condenando la investigación con células madre, veo a una virgen y me recuerda al Papa manifestando que el preservativo más que un arma contra el SIDA es un instrumento que incita a la promiscuidad, e incluso escucho estas cornetas que revolotean por el ambiente y me imagino el sufrimiento de la Inquisición o lo cerca que estuvo Galileo de ser asesinado por defender una postura contraria a la de la Iglesia. No puedo quitarme de la cabeza que la Semana Santa es la “portavoz” de la Iglesia.

Pero este sentimiento es algo tan personal como es el sentimiento de adorar a las imágenes por eso, con este texto no quiero establecer ninguna norma ni forma de ver la Semana Santa, solo dar mi opinión de lo que creo un interesante debate.

martes, 3 de marzo de 2009

Etiquetas inservibles

Que bonita es la desnudez, que comunicante. Que gratificante es ver la verdadera cara de una persona debajo del maquillaje y que apasionante descubrir las curvas de una mujer cuando quedan libres. Pero que frustración se sufre cuando una mujer se empeña y se “requetempeña” en no quitarse ni siquiera un guante, o aún peor, cuando alguien le obliga a no despojarse de ninguna prenda o incluso se le colocan más artificios.

Pues esto creo que representa uno de los mayores males de toda la historia. La obsesión de dar colorete, de ponerle una camisa nueva a la realidad, una visión casi siempre impuesta por unos modistos que no nos permiten deleitarnos con la contemplación de un cuerpo sincero. Y esta obsesión de enmascarar las cosas la sufrimos y formamos parte de ella todos, desde los dirigentes del Vaticano, hasta el presidente de la comunidad de vecinos. Todos queremos ponerle a ese cuerpo desnudo nuestra prenda para hacernos con él, queremos imponer nuestro matiz a la totalidad de las cosas que pasan por la vida y sinceramente, creo que es un acto de lo más natural. Pero lo enfermizo llega cuando en vez de intentar colaborar con los demás modistos, unos ya consagrados y otros que vienen achuchando fuerte desde abajo con sus nuevas maneras, nos obsesionamos con querer hacer la vestimenta de arriba a abajo, con querer darle solo nuestro toque a tal obra de arte.

Este egoísmo que normalmente se muestra, me impide colaborar en muchas cosas que me gustarían por tal de no alimentarlo más. ¿Por qué a una conferencia que habla sobre el conflicto palestino-israelí tiene que venir marcada con el logotipo de izquierda radical de no se qué?, ¿por qué a un acto bondadoso como dar de comer a un sin techo, tiene que ser tarea única de organizaciones caritativas cristianas? Seguramente porque en cada colectivo que organiza una actividad se concentran personas que están más identificadas con la causa que protegen, pero me cuesta hacerme a la idea de que todo el defensor de esta idea vaya vestido también con la ropa de ese colectivo, me cuesta pensar que no hay gente que se considere humana por encima de sentirse partidario de una tendencia política, una religión o un país. Seguramente habría mucha más colaboración (probablemente aquí pecare de utópico) si se trabajase desde la cooperación, si fuésemos capaces de colaborar en la confección del traje, lo que nos ayudaría seguramente a poder quitarlo sin que se atranque la cremallera, cuando queramos llegar a una visión más natural de la realidad.
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