lunes, 31 de enero de 2011

Creative Commons: licencia para crear (II)




3. Grandes mitos de la Industria Cultural por Manuel Galvín

En las discusiones sobre la propiedad intelectual, no son pocos los argumentos que esgrimen los defensores a ultranza de la propiedad intelectual en su sentido clásico. En más de una ocasión, dichos argumentos quedan establecidos como válidos debido al desconocimiento general que existe sobre esta problemática. Pero muchos de estos discursos no tienen una base sólida, por lo que se han convertido en los grandes mitos de la Industria Cultural.

El primero de ellos es la afirmación de, entre otros, Teddy Bautista, presidente del Consejo de Dirección de SGAE, cuando hace referencia al hecho de que “la música no es cara, ya que el precio medio de un disco es de 9,90 euros.” Esta declaración, ofrecida en un programa de debate de la 2, Enfoque, fue contestada por David Bravo que argumentó que esa era la magia de las medias y las estadísticas. La realidad es que los discos de los superventas no suelen bajar de los 18 euros mientras que son los discos del resto de músicos, la gran mayoría, los que tienen un precio mucho más bajo que permite establecer la media en 9,90 euros. Uno de los motivos de que la música sea cara es que las discográficas inflan artificialmente el precio de los discos. A este respecto se refirió David Bravo al recordar que “en 2002, treinta tribunales de EEUU condenaron a las principales compañías discográficas por inflar artificialmente el precio de los compactos y les impusieron una indemnización de 170 millones de dólares”. Esta afirmación de Bravo encuentra base documental en un informe de la propia Industria Discográfica española. Según AFYVE, asociación de discográficas españolas, en la tienda donde se vende el disco se queda un 40,2% del precio final. La discográfica se embolsa el 24’4%, los costes de fabricación suponen tan sólo un 4%, el mismo porcentaje que se queda el distribuidor. Los royalties para el artista suponen un 9,4% y sus derechos de autor un 4%. De estos derechos de autor habría que descontar lo que se quedan las entidades gestoras, como SGAE, que suele ser un 15% de lo recaudado en derechos de autor por ese disco. Además las discográficas con sus asfixiantes contratos con los artistas, obligan en muchas ocasiones a firmar contratos con una empresa editora que se queda con la mitad de los derechos de autor, con lo que, del 4% inicial, se pasa a menos de un 2%. Pero no queda ahí la cosa, ya que algunas discográficas reducen también el porcentaje en royalties que se va a llevar el autor desde el 9,4% hasta un 3%. Muchos artistas, al final, se llevan por disco algo menos del 5%. Teniendo en cuenta que la gran mayoría de los artistas no son superventas, sus discos se venden a un precio más bajo que el de estos afamados y, viendo el porcentaje que se llevan, podemos concluir que la mayoría de los músicos no viven de la venta de cedes.

En el extremo opuesto se encuentran, precisamente, los artistas superventas, cuyo caché permite negociar mejores contratos con las discográficas y cuya demanda por parte del público permite que sus discos se vendan masivamente a pesar de que el precio, en muchas ocasiones, dobla al de los discos de los cantantes que no está en este selecto grupo. En definitiva, por muchas medias que se hagan sobre el precio de los discos es innegable que algunos discos son bastante caros y otros, los de la gran mayoría, no lo son tanto. Además, como queda demostrado por el reparto de los beneficios de un disco, la gran mayoría del dinero de la venta se queda en los intermediarios, no en los artistas, que son, al fin y al cabo, los protagonistas de la música.

Otro de los grandes mitos que la Industria Cultural fue uno de los lemas de las muchas de las manifestaciones de artistas, formadas por superventas en su mayoría, contra la piratería y las descargas: “La música se muere”. Los defensores de la propiedad intelectual clásica afirman que la música se muere debido a que la venta de discos, debido a las descargas de Internet, ha caído en picado. Sin embargo, lo que se les escapa, o quizás no, es que los ingresos por música en directo han aumentado en un 117% en la última década, según datos de la Asociación de Promotores Musicales (APM). Según esta misma organización, los ingresos por ventas de discos han descendido en un 62,5% en la última década. La primera conclusión que se saca de estos datos es que el aumento de los conciertos sube en una proporción mayor a la que baja en la venta de discos. Está claro que, como señala David Bravo, “la música no se muere, simplemente se está desplazando el negocio desde la venta de discos hasta la música en directo”. El aumento de los conciertos tiene una clara explicación. La difusión de la música en Internet permite que los artistas que no aparecen tanto en los medios sean más conocidos y sus grupos de fans aumenten, con lo que también aumentan sus conciertos y el número de asistentes a los mismos. Precisamente son los conciertos la principal fuente de ingresos de los artistas que, como quedó explicado anteriormente, apenas se llevan un 4% por venta de discos. Los artistas suelen conseguir de sus actuaciones en vivo un porcentaje cercano al 80% de la recaudación total, con lo que el aumento de los conciertos beneficia a la gran mayoría de los artistas. Si el aumento de los conciertos beneficia a la gran mayoría de los artistas y dicho aumento de la música en vivo viene propiciado por Internet, la siguiente conclusión es de fácil deducción: la difusión de música por Internet beneficia a la mayoría de los artistas, por lo que no es la música la que se muere, sino una Industria que vende cada vez menos discos. Algunos grupos, como la banda de rock Marea, son conscientes de esto y su cantante, Kutxi Romero lo tiene claro: “El disco se encarece por cosas: grabaciones, promociones y tal, pero un disco es bien rentable vendiéndolo a 1500 pesetas. La industria musical está haciendo creer a todo el mundo que es un problema de los músicos cuando en realidad los músicos vivimos de los directos. Yo me llevo 5 duros de cada disco que vendo... entonces me la pela, grábatelo, mis cinco duros te los regalo si vas a venir a mi concierto”.

Uno de los mitos favoritos que la Industria disfraza de argumento indiscutible es el esgrimido en muchas ocasiones por Pedro Farré, director de relaciones corporativas de la SGAE, que afirma que “los intermediarios existirán siempre. Por una sencilla razón: lo que no se conoce, no existe. Los contenidos necesariamente deben ser producidos, empaquetados, publicitados. ¿De qué me sirve la libertad creativa o la libertad de expresión si no tengo quien me escuche?”. Por lo comentado en párrafos anteriores se pueden deducir varias cosas y aplicando el sentido común otras tantas. En primer lugar que la cultura no necesita de intermediarios para ser creada o difundida, ya que los grandes intermediarios comienzan a surgir a principios del siglo XX y no fue éste el siglo en el que comenzó a crearse cultura. La cultura es una manifestación del ser del hombre, por lo que va unida a la propia condición humana y no a la creación de intermediarios. En segundo lugar, cabe destacar que es cierto que lo que no se conoce no existe, ya que esa era la cruda realidad de muchos grupos no superventas antes de la llegada de Internet. Sin embargo, con la venida de la Red, estos grupos que no tienen más publicidad que el intercambio de archivos entre usuarios comenzaron a hacerse cada vez más conocidos. Lejos de la dependencia de intermediarios y de agencias de publicidad la cultura se difunde por Internet igual que lo hace el marketing viral, sin publicidad oficial y a través del boca a boca.

La SGAE es, por definición “una entidad de gestión colectiva dedicada a la defensa y gestión de los derechos de propiedad intelectual de sus más de 95.000 socios, creadores y editores musicales de todo el mundo, una entidad gestora de derechos de autor sin ánimo de lucro que representa los intereses de todos sus asociados”. La SGAE se ha convertido en uno de los principales referentes de la lucha contra la piratería y las descargas en España, a pesar de que las descargas benefician a la gran mayoría de sus asociados. Un claro ejemplo de los intereses que verdaderamente defiende SGAE se vislumbra al observar, y haciendo hincapié de nuevo, en cómo es el reparto de la recaudación entre sus asociados: el 0,75% de los socios perciben alrededor del 75% de la cantidad recaudada. Teniendo en cuenta que, según los estatutos de SGAE, el derecho a voto se establece por los ingresos recibidos por cada uno de sus socios, el reparto de poder en la entidad no es muy democrático. De nuevo David Bravo explica que “sólo pueden presentarse a ser elegidos como miembros directivos de la junta de SGAE aquellos socios que tienen 5 votos permanentes. Estos 5 votos, que son el máximo, los puedes conseguir según lo que hayas recaudado el año anterior y si has ganado lo suficiente para conseguir estos 5 votos puedes presentarte a las elecciones”. En las últimas elecciones de SGAE sólo el 10% de los socios tuvo derecho a votar. Por tanto, no todos los que pertenecen a SGAE pueden votar y los que pueden hacerlo deben este derecho a unos intereses marcados por su éxito en la venta de discos.

En definitiva, esta situación provoca que tanto los intereses de SGAE como las personas de su junta directiva no representen a la gran mayoría de los artistas, que, en palabras del propio presidente de SGAE, Teddy Bautista, “apenas llegan al salario mínimo interprofesional”. Es contradictorio el hecho de que la gran mayoría de los socios no pueda vivir de la venta de discos y la SGAE se mantenga firme en su posición de defender a ultranza el actual modelo de negocio, basado en una venta de discos en caída libre. Estos artistas que apenas llegan, por la venta de discos, al salario mínimo interprofesional no tienen derecho a voto en la SGAE, y teniendo en cuenta que conforman la mayoría de los asociados, la conclusión a la que se puede llegar es que SGAE sólo defiende los intereses de un pequeño sector de asociados superventas.

4. La cuestión del canon digital en España por Manuel Galvín

La remuneración compensatoria por copia privada o canon por copia privada es una tasa aplicada a diversos medios de grabación y cuya recaudación reciben los autores, editores, productores y artistas, asociados a alguna entidad privada de gestión de derechos de autor, en compensación por las copias que se hacen de sus trabajos en el ámbito privado.

Un pago exigido tanto a empresas fabricantes de productos como MP3, grabadoras de DVD, como a usuarios particulares que deciden adquirir estas mercancías electrónicas para su uso privado y sin ánimo de lucro ya que la Administración considera que ambos contribuyen a la duplicación de obras protegidas por la Ley de Propiedad Intelectual. En la siguiente tabla se muestra la cantidad económica que aporta un consumidor al adquirir cierto producto:

Importe del canon por unidad

Grupo I: Equipos de grabación

Categoría

Cuantía

Grabadora CD

0,60 €

Grabadora CD/DVD

3,40 €

Grabadora DVD de sobremesa

3,40 €

Discos duros no excluidos

12,00 €

Grabadora de TV sobre disco duro

12,00 €

MP3

3,15 €

MP4

3,15 €

Teléfono móvil con MP3

1,10 €

Grupo II: Soportes de grabación

Categoría

Cuantía

Soporte CD-R

0,17 €

Soporte CD-RW

0,22 €

Soporte DVD-R

0,44 €

Soporte DVD-RW

0,60 €

Memoria USB/Flash

0,30 €

Grupo III: Equipos multifunción y copiadoras

Categoría

Cuantía

Multifunción de inyección de tinta

7,95 €

Multifunción láser

10,00 €

Escáner

9,00 €

Copiadoras hasta 9 ppm

13,00 €

Copiadoras de 10 a 29 ppm

127,70 €

Copiadoras de 30 a 49 ppm

169,00 €

Copiadoras de 50 a 69 ppm

197,00 €

Copiadoras de 70 ó más ppm

227,00 €

SGAE en el anterior curso ingresó 28 millones de euros, un 72,6 % por encima de las ganancias de 2009. La venta por formatos físicos bajó un 30 %. Pero las pérdidas de SGAE sólo han supuesto un 5 % respecto a lo ganado en el año 2009. 317 millones de euros de beneficio en 2010, un año marcado por la austeridad económica y el recorte de políticas sociales en gobiernos de todo el mundo por la falta de ingresos y por la subida del desempleo. La pérdida de ventas en formatos físicos no puede usarse como una excusa directa por parte de SGAE ya que programas como Spotify han disparado el consumo digital de música. Lo que pierden por un lado, lo recuperan por otro. El negocio del canon blinda los beneficios de las sociedades de gestión a corto y largo plazo. No obstante, y a pesar de los datos, SGAE sigue criminalizando a los usuarios que se bajan música de Internet. Si se exige remuneración compensatoria se reconoce el derecho a la copia privada, algo que SGAE no termina de hacer, al menos oficialmente, y sigue relacionando descarga de Internet (totalmente lícita según el artículo 270.1 del Código Penal) con la piratería, actividad ilícita. Este discurso es bastante contradictorio, ya que por un lado se criminalizan las descargas y, por otro, se las reconoce al instaurar un sistema de remuneración por copia privada. Además, el canon ha despertado un gran malestar en la sociedad al tratarse de un sistema de compensación totalmente arbitrario, es decir, aplicado de forma indiscriminada sobre los soportes, aunque estos no vayan a ser utilizados para copiar material protegido por derechos de autor.

viernes, 28 de enero de 2011

Creative Commons: licencia para crear (parte I)


1. Un problema común por Juan Antonio Cañero

Javier es un personaje ficticio pero su situación podría ser igual a la de cualquier persona que lea este texto. Javier es un chico que acostumbra a usar Internet y que la mayoría de su tiempo libre lo emplea en escuchar música y ver cine. El joven todavía está estudiando y no trabaja, por lo que su economía depende del dinero que le puedan dar sus padres. La cultura que consume también depende en parte de este dinero. Los padres de Javier tienen un sueldo medio, así que el dinero que el chico puede gastar en su tiempo libre sólo le alcanza para ir a conciertos o al cine, o para comprar discos, películas o libros. La mayoría de las veces Javier prefiere ir a ver un espectáculo. Si hay que elegir no duda en sentir experiencias diferentes a las que siente cuando disfruta en su casa de cultura que ha descargado gratuitamente de Internet. Lo que sí diferencia a Javier de muchos de los usuarios de los sistemas de descargas es que además de consumir cultura gratis él también la crea. Javier es el bajista y el compositor de un grupo de rock psicodélico. Esto provoca que cada vez que pulsa el botón que inicia la descarga sienta la culpa del que le roba dinero a una persona que es igual que él, un creador. Después de escuchar el nuevo disco que descargó, la idea de una nueva canción comenzó a pulular por su mente, algunas personas llaman a esto inspiración. Mientras los primeros versos de la canción comenzaban a tomar forma, otra pregunta lo asaltó: “¿habría alguna forma de que los autores pudieran ganarse la vida con sus obras y que yo pudiera seguir disfrutando de una música a la que no tendría acceso sin Internet?” Esta misma cuestión se ha repetido desde hace mucho tiempo y algunas personas han conseguido contestar que sí. Uno de estos proyectos que se atrevieron a romper con la rutina se ha consolidado ya entre muchos de los creadores, su nombre: Creative Commons.

Los siguientes post recogen las declaraciones de músicos y especialistas en propiedad intelectual que harán un repaso de la actual situación de la Industria Cultural y las entidades de gestión, la potencialidad de Internet como un medio de democratización cultural y la necesidad de establecer modelos de negocio alternativos al actual que compatibilicen el libre acceso a la cultura con la remuneración de la misma, entendiendo remuneración como los ingresos que permiten a creadores e intérpretes vivir de su trabajo, no como medio para que estos agentes engorden desmesuradamente sus cuentas corrientes y controlen el acceso a la cultura haciendo valer un sistema que, según su visión, aparte de ser injusto, ha quedado obsoleto.


2. El monopolio empresarial de la cultura por Juan Rodríguez

La cultura es, desde los orígenes de la humanidad, uno de los medios por los que el hombre podía expresar sus sentimientos, sus inquietudes o sus pensamientos. La cultura sigue cumpliendo esta función a la vez que la compagina con la de medio para el entretenimiento. En la actualidad, y desde hace más de un siglo, la cultura está sumergida en el modelo de industria, propio del sistema predominante en el globo terráqueo, y en expansión por la globalización, el capitalismo. Una de las bases de este sistema es la propiedad privada, la tendencia a que cualquier persona pueda apropiarse casi de lo que sea. Un ejemplo de esta apropiación es la cultura, a pesar de ser algo intangible, algo que se comparte, que se difunde, algo que no se puede medir. La tendencia capitalista a la apropiación de todo y a convertir todo en mercancía hace que la cultura cada vez se aleje más de su función original y se convierta en lo que es a día de hoy, un mero objeto de negocio.

Uno de los más fundamentales principios de este sistema es la rentabilidad, es decir, el beneficio económico. Aplicando esta lógica a la Industria Cultural podremos deducir que serán rentables aquellos productos culturales que reporten grandes beneficios a la Industria. Esta base de la que parte el sistema trae graves inconvenientes a la pluralidad cultural y a la calidad de ésta, como se demuestra en las siguientes líneas.

La inserción de la cultura en el modelo industrial exige a la Industria contar con un público masivo al que dirigir su masiva producción para, de esta forma, cumplir con las expectativas en lo que a beneficios se refiere. Esta situación provoca que la Industria cultural, siguiendo el modelo de los grandes negocios, tienda a la repetición de fórmulas económicamente rentables, es decir, a la repetición sistemática de los contenidos cuya rentabilidad quedó demostrada en el pasado. Esto hace que la esencia de gran parte de los productos culturales apenas cambie, a pesar de no ser creados en la misma época. Es, por ejemplo, la explicación de porqué la moda que, valga la redundancia, estuvo de moda hace años vuelve a estarlo en la actualidad. Lo mismo ocurre con los contenidos culturales en la actualidad. La repetición sistemática de contenidos no es nueva, ya que fue abordada hace casi un siglo por el filósofo Walter Benjamín en uno de sus muchos ensayos de crítica hacia la Industria Cultura, que en su época apenas había empezado a funcionar. Benjamín afirma que “la economía de las mercancías resulta ser, por tanto, la condición de posibilidad de la percepción ilusoria, pero efectiva, que se manifiesta plásticamente en la repetición de lo siempre igual. Pero, simultáneamente, ella misma exige que las mercancías no deban ser vistas como iguales, que deban tener el toque de novedad (…) Instruidos en la percepción de lo siempre igual, los consumidores codician lo nuevo, por más que la novedad no suponga más que la signatura temporal de lo más reciente”.

Repetir fórmulas culturales que ya funcionaron en el pasado, dándoles por supuesto ese toque ilusorio de novedad, es uno de los mecanismos de la Industria para seguir siendo un gigante con beneficios multimillonarios que cierra las puertas a prácticas culturales nuevas. La cultura, por su inserción en el modelo de Industria, está condicionada al rendimiento económico que proporciona. Sin embargo, y a pesar de la obviedad, algunos defensores de la propiedad intelectual achacan la repetición de contenidos a la piratería. Es el caso de José Abraham, compositor que trabaja para famosos cantantes como David Bisbal, Chenoa o David Bustamante. El compositor afirmó en un seminario de propiedad intelectual celebrado en la Facultad de Comunicación de Sevilla que la piratería está causando estragos en la Industria a varios niveles, tanto en el económico, como en el referido a su calidad, ya que películas como Avatar habían tenido que potenciar los efectos especiales en detrimento de la trama (una civilización superior intenta colonizar a una inferior, algo muy repetido en el cine más comercial) para hacer frente a la piratería. Resulta curioso cómo alguien que forma parte de la propia Industria puede detectar algunos defectos de la misma sin acertar en su procedencia, más cuando el compositor monopoliza el amor como el tema central, y prácticamente el único, de sus canciones.

Por otra parte, debemos hablar de la banalización de los contenidos, otro de los aspectos negativos que señaló Walter Benjamín acerca de la inserción de cultura en el modelo de industria. Como hemos comentado anteriormente, la Industria Cultural se basa, al igual que toda industria en el sistema capitalista, en la rentabilidad económica. Es por ello, y está muy relacionado con la repetición de contenidos, que la esencia de los productos culturales, aparte de cambiar poco o nada, debe ser apta para todos los públicos con el fin de maximizar el beneficio. Otras manifestaciones culturales quedan relegadas a un segundo plano, ya que tienen seguidores minoritarios en comparación con el público masivo de los productos de la Industria Cultural. Esto hace que apenas haya pluralidad cultural en el mundo de la Industria. Rara vez tendrán los productos culturales un mensaje de crítica al sistema, un sistema que es el que sustenta este negocio monopolístico. Además, el hecho de incluir un discurso crítico en un producto cultural también implicaría que algunas personas no estuviesen de acuerdo con dicho discurso, lo que diversificaría al público objetivo y, por tanto, se perderían ingresos. La base de la Industria es el dinero, por eso, conviene incentivar la creación de productos fácilmente digeribles por los públicos, productos cuyo acceso no suponga un sobreesfuerzo mental. Esto se acentúa en los últimos años con la aparición de la cultura del entretenimiento, que ofrece productos destinados a un único fin, el ocio. Además, y como señalara Noam Chomsky, la Industria Cultural cumple una doble función, por una parte, claro está, obtener grandes sumas de beneficios, y, por otra, mostrar una única visión del mundo, la visión occidental y capitalista sobre este mundo y sus problemas, una visión generalmente aceptada (otros agentes de socialización ya se han encargado de ello), que tiene más cabida entre el masivo público de los productos culturales

David Bravo Bueno

Una de las consecuencias y a la vez causa directa de que la Industria se halle inmersa en el modelo industrial de negocio es el hecho de la monopolización de los distintos sectores culturales por parte de grandes empresas. El mundo de la música, por ejemplo, se encuentra monopolizado por las multinacionales Universal Music Group, Sony Music Entertainment, Warner Music Group y Emi, que, según la RIIA, entidad que las agrupa, controlan cerca el 70% del mercado discográfico internacional. El abogado especialista en propiedad intelectual David Bravo asegura que este oligopolio hace que apenas exista competencia, lo que dificulta la aparición de contenidos distintos a los que marquen las líneas comerciales de estos cuatro gigantes. En referencia a la repetición y banalización de contenidos, Bravo señala que “el hecho de que ya estamos viviendo así, en ese mundo de poca diversidad por el interés de las discográficas, se refleja perfectamente en los repartos que hace SGAE a sus asociados”. El reparto de SGAE, según la Comisión Nacional de Competencia, es hoy en día del siguiente modo: el 0’75% de los asociados de SGAE, el total son más de 95.000, son los que se llevan el 75% de los beneficios. Para Bravo “esto no quiere decir que SGAE reparta mal necesariamente, esto quiere decir que el 0,75% de los socios de SGAE son los que suenan en todos lados porque le interesa a la Industria Discográfica”. “A la Industria Discográfica –continúa el abogado-- le interesa que sean pocos y que vendan mucho para asegurarse que todas sus inversiones van a tener millones de compradores”. Lo que no le interesa a la Industria Discográfica es que sean muchos que venden poco cada uno porque se arriesgan. ¿Qué prefieren, a David Bisbal o a diez grupos que cada uno de ellos vende como David Bisbal? Prefieren a David Bisbal porque así saben que el próximo disco de este cantante va a vender, pero con los otros diez no tienen esa seguridad”. Con respecto al cine, pasa exactamente lo mismo, la maximización de beneficios es el principio fundamental de una industria que basada en el entretenimiento para todos los públicos, lo que implica, aunque se vuelva a incidir en lo mismo, una constante repetición y canalización de contenidos. De esta forma, películas con la misma base argumental serán repetidas una y otra vez por distintos directores y serán interpretadas tantas veces por diferentes actores. Según David Bravo, “ese es el problema de que la cultura sea tratada como una mercancía más”

Afortunadamente, la llega de Internet ha permitido vislumbrar con algo más de optimismo el futuro de la cultura, que no de la Industria. Internet, al ser una red mundial en la que personas de latitudes muy distantes quedan interconectadas en tiempo real, permite la difusión de la cultura, no sólo de aquella más comercial, sino también de la que no lo es, de esa cultura excluida de las líneas impuestas por la Industria. Con Internet aumenta la diversificación de gustos y públicos con respecto a la cultura.

Nuestro personaje, Javier, es un asiduo a las descargas en las páginas P2P. Sus gustos musicales son diametralmente opuestos a los productos que oferta la Industria. Sus grupos favoritos no salen ni en televisión, ni en radio ni en prensa. Gracias a las redes P2P Javier ha podido hacerse con la discografía de sus grupos preferidos y, además, ha comenzado a escuchar otros muchos que antes desconocía, grupos de los que ha podido disfrutar en directo en algunos conciertos. Si no hubieran existido estas páginas, jamás habría acudido a uno de estos conciertos por el simple hecho de que no conocería a los grupos.

El caso de Javier, aunque ficticio, es común a una gran cantidad de jóvenes en la actualidad. Jóvenes que no sólo aprovechan Internet para acceder a otro tipo de cultura, sino que también aprovechan la Red para buscar medios de comunicación alternativos o títulos de libros, ya que la devaluación de la lectura hace que apenas se transmita cultura literaria por los medios convencionales. Algo que en opinión de David Bravo podría redundar en la aparición de una sociedad más crítica: “El acceso a la cultura no tiene nada que ver con el derecho al entretenimiento, sino que tiene que ver con el derecho al desarrollo personal. Mis ideas están directamente influidas porque en el instituto escuchaba Extremoduro, porque escuchaba Barricada o Reincidentes. Está influido directamente por eso, por los libros que leía y las películas que veía. Entonces, si nosotros banalizamos la cultura y la dejamos en un mero producto de entretenimiento con el único interés de que sea comprado y que nos tenga a la gente entretenida, claro que influye y lo estamos viendo”.

La banalización cultural y la reproducción constante e interesada de un mismo sistema de valores, acompañado por la acción des-informativa de los medios convencionales, hace que la Industria Cultural se convierta en un potente aliado de los Estados para transmitir un punto de vista más o menos homogéneo sobre los conflictos que envuelven al mundo en el que vivimos. Son minoritarios los puntos de vista alternativos a los establecidos como políticamente correctos, puntos de vista refrendados por la acción de los medios convencionales y recogidos en los productos culturales de la Industria Cultural. Internet al ser un espacio no del todo controlado por los grandes flujos de capital, permite el acceso a otro tipo de medios, a otro tipo de ideas y, en definitiva, a otro tipo de cultura. Una cultura que abre caminos diferentes y homogéneos en el pensamiento humano, que abre alternativas al consenso del que Noam Chomsky habla en Los guardianes de la libertad, un consenso general fabricado por el estado. Las redes P2P permiten libertad en el acceso a distintos tipos de cultura, lo que podría provocar una diversificación en los gustos culturales y, por la influencia que ésta tiene en el desarrollo de la persona, en la heterogeneización de la sociedad, que se alejaría, así, del camino dictado por el poder. La pasividad de la sociedad (no en su totalidad, pero sí de un gran sector al menos) podría tener sus días contados con un Internet libre y una cultura libre y sin censura.

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